El Altar de lo Cotidiano

El Altar de lo Cotidiano

En nuestra cultura moderna, hemos trazado una línea muy marcada entre lo "sagrado" y lo "secular". Lo sagrado es el domingo por la mañana, el tiempo de devocional, la conferencia de alabanza. Lo secular es todo lo demás: lavar los platos, responder correos, doblar la ropa, jugar con nuestros hijos.

Vivimos saltando entre esos dos mundos, sintiendo a menudo que nuestra vida espiritual real solo ocurre en esos breves momentos de "conexión", mientras que el resto de nuestra vida es una simple lista de tareas.

Pero la invitación del Evangelio es mucho más radical y hermosa. Nos invita a borrar esa línea. Nos invita a entender que no necesitamos escapar de nuestra vida ordinaria para encontrar a Dios, porque Él desea habitar precisamente en ella. La invitación es a construir un altar en medio de lo cotidiano.

El apóstol Pablo lo expresó de esta manera a la iglesia de Corinto, una ciudad ocupada con lo mundano:

“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.” (1 Corintios 10:31, RVR1960)

"Hacerlo todo para la gloria de Dios" no significa que debamos citar la Biblia mientras lavamos los platos. Significa que la forma en que lavamos esos platos —con gratitud por la comida, con diligencia, con un corazón en paz— puede ser un acto de adoración.

Cuando horneamos pan, no solo estamos mezclando harina y agua; estamos participando en el milagro de la provisión y la creatividad. Cuando limpiamos nuestra casa, no solo estamos ordenando el caos; estamos cultivando un espacio de paz y hospitalidad. Cuando escuchamos a un amigo con toda nuestra atención, estamos reflejando el carácter de un Dios que nos escucha.

El altar de lo cotidiano se construye con la intención. Es un cambio de perspectiva. Es dejar de ver nuestras rutinas como interrupciones a nuestra vida espiritual, y empezar a verlas como el escenario mismo donde nuestra fe se hace real.

Hoy, te invito a mirar tu día de manera diferente. ¿Cuáles son esas tareas "ordinarias" frente a ti? ¿Esa hoja de cálculo, esa pila de ropa, esa cena que debes preparar? Toma un momento y conságrate. Decide hacerla no con resignación, sino con presencia y gratitud. Transforma el murmullo de la queja por el susurro de la adoración.

Porque cuando la rutina se transforma en gratitud y el deber se convierte en devoción, la vida entera se vuelve un altar.