Hay temporadas en la vida de todo creyente que nadie nos prepara para enfrentar. Son esos días, semanas o incluso meses, en los que orar se siente como hablarle al silencio. La conexión que antes era vibrante se siente distante, nuestras palabras parecen rebotar en el techo y la oración, más que un refugio, se siente como una obligación vacía.
Es un lugar espiritualmente agotador. Nos sentimos culpables, pensando que hemos fallado o que Dios nos ha abandonado. Medimos nuestra fe por la intensidad de nuestras emociones y, al no sentir nada, concluimos que no tenemos fe.
Pero es precisamente en ese desierto donde la fe revela su verdadera naturaleza.
A menudo confundimos la fe con el sentimiento. Buscamos la consolación de la oración, la emoción de la alabanza, la calidez de la presencia sentida. Pero la fe bíblica no se fundamenta en lo que sentimos, sino en lo que sabemos que es verdad. La fe no es una emoción; es una decisión. Es la permanencia.
“Es, pues, la fe, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” (Hebreos 11:1, RVR1960)
La fe es certeza cuando todo lo que sentimos es duda. Es convicción de una realidad que nuestros sentidos no pueden percibir. Orar cuando no sentimos nada es uno de los actos de fe más puros que existen. Es decirle a Dios: "No te siento, pero elijo creerte. Mis emociones están fallando, pero mi confianza en Tu Palabra y en Tu fidelidad no".
Orar sin sentir también es una forma de amar. Es un amor maduro, que no se basa en lo que recibimos, sino en quién es Él. Es el amor que permanece. Piensa en Elías, que después de ver fuego del cielo, huyó al desierto y solo pudo oír a Dios en un silbo apacible y delicado (1 Reyes 19). O en el propio Jesús en Getsemaní, sudando gotas de sangre, orando no desde un lugar de éxtasis, sino de agonía y obediencia (Lucas 22:42).
Si hoy te encuentras en ese lugar seco, no te rindas. No midas tu espiritualidad por la temperatura de tus emociones. La oración que se eleva desde el cansancio, la obediencia y la pura confianza, es un incienso de profundo valor para Dios. No dejes de hablarle, aunque sientas que hablas al silencio.